La marcha de Luis Suárez agudiza la dependencia del argentino, que además sigue melancólico.
Tras las ilusiones de los dos primeros partidos, la realidad. El FC Barcelona, aunque no esté dando síntomas tan malos como hasta agosto, no gana ni convence. Más allá de arbitrajes o mala suerte a la hora de definir.
Ronald Koeman ha llegado con una idea nueva que podría funcionar, pero no cala. Ya sea por los jugadores que emplea, por la falta de regularidad en el juego que sigue pesando, o por todos los factores juntos. O que Lionel Messi no se integra en ese esquema y entonces nada funciona.
Un referente más
Con Luis Suárez, el argentino tenía un punto de apoyo no solamente fuera del campo sino dentro para tener una libertad en el juego que no encuentra ahora. Y que Antoine Griezmann (que además no marca) ni Ousmane Dembélé le dan. Ambos franceses parecen estorbar más que aportar en el juego y no logran sus espacios. ¿Desmarcarse? ¿Combinar? ¿Correr? Todas elecciones erróneas.
Solamente Philippe Coutinho parece entenderse con Messi y, a ráfagas, Ansu Fati, que también tiene esa anarquía propia de la juventud. El caso es que el argentino, tras el espejismo de Balaídos o el Villarreal, vuelve a su imagen más melancólica. No está, aunque siempre lo esperemos.
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