Liga de Campeones

Liga de Campeones | El Real Madrid sufre para doblegar al Olympique de Marsella

El Real Madrid ha sufrido mucho más de lo esperado después de una primera parte brillante que tan solo pudo cerrar con un empate. Los blancos tiraron de épica para llevarse la victoria con un jugador menos merced a la expulsión de Dani Carvajal.

Por Iván Vargas
8 min.
Rodrygo roza el gol ante el Olympique @Maxppp

El Santiago Bernabéu se engalanaba anoche como quien se pone el traje bueno para una cita importante. Era la primera noche de Champions, la máxima competición continental, y el Real Madrid de Xabi Alonso, ese proyecto que huele a nuevo pero con el peso de la historia, saltaba al césped con la intención de seguir enamorando. Cuatro victorias en cuatro partidos de Liga habían puesto la miel en los labios de la afición, que miraba al Olympique de Marsella como a un invitado incómodo pero abordable, un gallito de la Ligue 1 que llegaba con la etiqueta de víctima propiciatoria, aunque con el colmillo afilado y la idea de rascar algo en el coliseo blanco.

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Xabi Alonso, con esa calma de quien parece saberlo todo antes de que ocurra, soltó un órdago en la alineación. Vinicius se quedó en el banquillo, y Rodrygo, su compatriota, ocupó el extremo zurdo. En la derecha, el joven Franco Mastantuono, un talento que parece jugar con la insolencia de quien no sabe lo que es el miedo. Y en el centro, como un faro que ilumina y ciega, Kylian Mbappé. El mensaje estaba claro: aquí mando yo, y el Madrid no depende de nadie.

Tiros 28 13 Desviados 10 15 A puerta 5 15
2
Ocasiones creadas
1
5
Disparos bloqueados
2
1
Fueras de juego
3
15
Saques de banda
11
2
Tiros al poste
0

El partido arrancó como si alguien hubiera pulsado el botón de máxima velocidad. En cinco minutos, el Bernabéu pasó de la expectación al vértigo. Mbappé, que parece haber nacido para jugar en noches así, estuvo a punto de marcar de chilena, un gesto que habría roto el estadio. Rulli, el portero marsellés, poco después casi se mete el balón en su propia portería en un intento de despeje que fue más un susto que un error. Alexander-Arnold, el lateral que Xabi ha convertido en un metrónomo, se lesionó y tuvo que abandonar el campo. Y para cerrar el carrusel, Mastantuono estrelló un balón en el poste que hizo temblar los cimientos del estadio. Cinco minutos. Casi nada.

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Un ida y vuelta apasionante

El Madrid, con esa voracidad que tiene cuando huele sangre, siguió apretando. La presión alta dada notables resultados y Rodrygo, en el minuto 8, rozó el gol con un disparo que se fue lamiendo el palo. Dos minutos después, Mbappé, en una de esas jugadas que parecen sacadas de un videojuego, se plantó ante Rulli, pero el argentino le adivinó la intención y sacó una mano milagrosa. Los blancos tocaban con la precisión de un reloj suizo, combinando con una rapidez que mareaba. El Olympique, valiente, no se achicaba: intentaba salir por las bandas, buscando oxígeno en un partido que era un huracán.

Y entonces, cuando todo parecía bajo control, llegó el zarpazo. Minuto 13, Weah, ese puñal americano, recogió un balón tras un cambio de ritmo endiablado y soltó un latigazo que se fue rozando la escuadra. El Bernabéu contuvo el aliento. El partido no daba tregua, era un ida y vuelta que no permitía ni un viaje a la nevera por una cerveza. Pero el fútbol, que es caprichoso y no entiende de dominios, castigó al Madrid. Arda Güler, en una de esas pérdidas que duelen como un puñetazo en el estómago, regaló el balón en la medular. El Olympique no perdonó: robo, pase de Greenwood y Weah, otra vez él, fusiló a bocajarro. 0-1. Silencio en el Bernabéu. Al Madrid le tocaba remar contracorriente.

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No duró mucho la ventaja marsellesa. Rodrygo, que parecía llevarse el partido al hombro, se coló en el área como un ladrón sigiloso y forzó un penalti tan torpe como innecesario de Kondogbia. Mbappé, con la frialdad de un cirujano, transformó la pena máxima en el minuto 28. 1-1. El Bernabéu rugió, el Madrid se reactivó. Mastantuono, con una genialidad que dejó a todos con la boca abierta, estuvo a punto de adelantar a los blancos. Rodrygo, en el 35, probó con un disparo lejano que se fue por un suspiro. Y Aubameyang, que no quería ser menos, tuvo un mano a mano en el 39 que acabó en el lateral de la red, como si el destino quisiera equilibrar la balanza.

Los últimos minutos del primer tiempo fueron un asedio blanco, pero el marcador no se movió. 1-1 al descanso, un resultado que dejaba todo abierto y el corazón en un puño. El Madrid de Xabi Alonso, vibrante pero impreciso en los metros finales, se fue al vestuario sabiendo que la Champions no regala nada. Y el Bernabéu, que no paró de empujar, se preparaba para una segunda mitad que prometía más emociones. Porque en este estadio, en estas noches, siempre pasa algo.

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El Real Madrid sabe sufrir

El Real Madrid saltó al césped tras el descanso con la mirada fija en repetir la tormenta de la primera mitad, pero algo se había torcido. El balón ya no corría con la chispa de antes, las combinaciones perdían brillo y las ocasiones, que en los primeros 45 minutos caían como manzanas maduras, ahora escaseaban. El Bernabéu, siempre exigente, empujaba, pero el juego se volvía plomizo, como si el equipo arrastrara botas de plomo. Los errores se multiplicaban, las imprecisiones se acumulaban y el Olympique, cómodo en su trinchera, olía sangre. Xabi Alonso, con esa serenidad que parece tallada en mármol, decidió mover el banquillo: en el minuto 64, Brahim y Vinicius entraron al campo, dos puñales para despertar a un equipo que parecía adormilado.

Pero el destino, que en la Champions siempre tiene un as en la manga, quiso complicar las cosas. Dani Carvajal perdió los papeles en un rifirrafe absurdo con Rulli y vio la roja directa. El Bernabéu contuvo el aliento, incrédulo, mientras el Madrid se quedaba con diez. Lo que ya era un partido cuesta arriba se convirtió en una escalada alpina. El Olympique, crecido, apretaba los dientes, y los blancos, con el orgullo herido, buscaban un milagro entre la niebla. Xabi, desde la banda, pedía calma, pero el reloj corría y el empate sabía a poco.

Y entonces, cuando el Marsella parecía saborear el punto, llegó el relámpago. Vinicius, que había entrado con la furia de quien tiene algo que demostrar, se coló en el área como un torbellino, encaró a Medina y forzó un penalti tras un choque de la pelota con la mano del zaguero. El Bernabéu estalló en una mezcla de alivio y esperanza. Mbappé, con la frialdad de quien no conoce la duda, batió a Rulli desde los once metros y puso el 2-1 en el minuto 81. Fue un gol que valió más que tres puntos: fue la confirmación de que este Madrid, incluso con uno menos, no se rinde. Sufriendo, con el corazón en un puño y tras una primera mitad en la que pudo haber sentenciado, el Real Madrid de Xabi Alonso se llevó la victoria y sus primeros tres puntos en la Champions. El Bernabéu, exhausto pero feliz, cantó bajo las estrellas. Porque en este estadio, ganar nunca es solo ganar: es sobrevivir.

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