Liga de Campeones

Liga de Campeones | Veinte minutos de Martinelli destrozan al Athletic de Bilbao

El Arsenal logra llevarse los tres puntos de San Mamés en el primer partido de esta liguilla gracias a un brillante desempeño de Martinelli, que apenas necesito veinte minutos sobre el césped para dinamitar el envite.

Por Iván Vargas
8 min.
Sancet y Zubimendi pelean por un balón @Maxppp

El Athletic Club volvía a la Liga de Campeones tras años de ausencia, y lo hacía con el rugido de San Mamés como telón de fondo, recibiendo nada menos que al Arsenal, un coloso inglés que, bajo la batuta de Mikel Arteta, ha resurgido como un vendaval en las últimas temporadas. La Catedral, engalanada para la ocasión, vibraba con la ilusión de un equipo y una afición que soñaban con reverdecer laureles europeos. Los vascos, heridos tras su primera derrota de la temporada frente al Alavés, encaraban el duelo como una reválida de fuego, una oportunidad para demostrar que podían mirar de tú a tú a uno de los grandes de Europa.

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38
Porcentaje de posesión
62
41
Duelos ganados
59
74
Pases a campo abierto acertados
83

Desde el pitido inicial, el Athletic salió con el cuchillo entre los dientes, dispuesto a meterle el miedo en el cuerpo a un Arsenal que, pese a las bajas de peso, presentaba un once notable con el flamante fichaje estival, Viktor Gyökeres, como punta de lanza. Los de Ernesto Valverde, fieles a su ADN, impusieron un ritmo vertiginoso, con una presión alta que ahogaba la salida de balón de los londinenses. San Mamés rugía con cada recuperación, con cada galopada de un Iñaki Williams que parecía tener las piernas enchufadas a la electricidad de la grada. El Arsenal, sin embargo, no se arrugaba y aguardaba su momento, con la calma de quien sabe que un zarpazo puede cambiarlo todo.

El Arsenal pone las ocasiones

El dominio bilbaíno era evidente, pero el fútbol no entiende de merecimientos, y en el minuto 20 el Arsenal dio el primer aviso. Una combinación eléctrica entre Eze y Madueke, que encontraron un resquicio en la zaga vasca, dejó a San Mamés conteniendo el aliento. Sin embargo, ahí apareció un Gorosabel providencial, que se tiró con todo para taponar el balón. La afición, en pie, agradeció el sacrificio del lateral como si fuera un gol. El Athletic respiraba, pero el susto recordaba que el ogro inglés no había venido de turismo.

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No tardó el Arsenal en volver a mostrar los dientes. En el 26, Gyökeres, ese killer de talonario, conectó un cabezazo que hizo temblar los cimientos de La Catedral. El balón, por fortuna para los locales, se marchó lamiendo el palo, y los corazones rojiblancos volvieron a latir. Valverde, desde la banda, ajustaba piezas, pidiéndole a los suyos que no bajaran el pistón.

El partido, un pulso de estilos, se fue al descanso con el marcador en blanco, pero con la sensación de que todo podía pasar. Los gunners, por su parte, habían sobrevivido al vendaval vasco y dejaban claro que, con espacios, su calidad podía ser letal. San Mamés, expectante, sabía que la segunda parte sería un espectáculo de alto voltaje. Y así, entre el orgullo de un Athletic que no se rendía y las amenazas puntuales de un Arsenal que esperaba su oportunidad, se llegó al intermedio.

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Una segunda parte de dominio inglés

La segunda parte arrancó con un Arsenal decidido a imponer su ley, a bajarle las pulsaciones al partido y a adueñarse del balón con ese fútbol posicional que Mikel Arteta ha convertido en seña de identidad. Los gunners, que habían acabado con buenas sensaciones primera mitad, salieron con la idea de dormir el encuentro, tejiendo una tela de araña con pases cortos que mareaban al Athletic. San Mamés, aún caliente, empujaba a los suyos, pero el ritmo ya no era el mismo: el Arsenal había metido una marcha menos y los de Valverde, algo desgastados, empezaban a sufrir para recuperar el balón.

Aun así, el Athletic no se rendía y encontró un resquicio en el 57. Una transición eléctrica, de esas que llevan el sello de La Catedral, dejó a Iñaki Williams. El rugido de la grada acompañó la galopada, pero el remate, flojo y sin veneno, murió en las manos de un David Raya que apenas tuvo que esforzarse. La respuesta del Arsenal llegó en el 65, con un Mikel Merino que, fiel a su manual, se elevó en un córner para conectar un cabezazo que prometía mucho y acabó en nada, manso en los guantes de Unai Simón. San Mamés respiraba, pero el cerco inglés se apretaba.

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Con el reloj avanzando, el Arsenal se hacía cada vez más dueño del partido. Su dominio, paciente y quirúrgico, empujaba al Athletic contra su área, como un boxeador acorralado contra las cuerdas. Los de Valverde, que tanto habían mandado en la primera parte, ahora corrían detrás del balón, desdibujados por el toque y la pausa de los ingleses. Arteta, desde la banda, dirigía la orquesta con esa calma tensa que lo caracteriza, mientras Valverde buscaba soluciones, moviendo el banquillo para recuperar el brío perdido. Pero el fútbol, cruel como pocas cosas, no espera a nadie.

Y llegó el zarpazo. En el 71, cuando el partido parecía en un punto de no retorno, el Arsenal mostró su colmillo. Martinelli, recién ingresado y con las piernas frescas, recibió un balón envenenado de Trossard tras un despeje largo que pilló a la zaga vasca desprevenida. El brasileño, puro relámpago, se plantó ante Unai Simón en un mano a mano y no perdonó: 0-1. San Mamés enmudeció. Era la primera vez que los gunners lograban verticalizar, con apenas un par de toques, y el resultado no podía ser más letal. Quedaban menos de veinte minutos, y el mazazo pesaba como una losa.

El Athletic, tocado en el orgullo, intentó reaccionar, pero el equipo parecía exhausto, sin ideas y chocaba una y otra vez contra el muro inglés. La grada rugía, pero el milagro no llegaba. Y, como si el destino quisiera rematar la faena, el Arsenal sentenció en el 87. Otra jugada relámpago, esta vez con Martinelli asistiendo a Trossard, que definió con frialdad para el 0-2. La Catedral, que había soñado con una noche épica, se quedó en silencio. El pitido final certificó la victoria de un Arsenal que, con menos, había sido más.

Así, el Athletic Club se despidió de su estreno en Champions con una derrota que duele más por las formas que por el resultado. Los de Valverde dominaron por momentos, pero pagaron caro su falta de pegada y los destellos de calidad de un Arsenal que sabe castigar. La Catedral, siempre fiel, despidió a los suyos con aplausos, consciente de que esto es solo el principio. El Athletic tendrá que esperar para sumar en su regreso a la élite europea, pero en Bilbao, donde el fútbol es una religión, nadie duda de que la revancha llegará.

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